A nuestra Asociación, con sus treinta y cinco años de andadura, se le ha quedado pequeña la provincia y quiere proyectarse hacia el exterior. Es cierto que hay socios que, por avatares de la vida residen en otras latitudes nacionales pero también hay socios foráneos que, por las mismas razones, han venido a engrosar las filas locales. Así, a nuestro querido compañero Kristian, de origen teutón, Willkommen! se le ha unido uno nuevo, Fausto Bareli, de procedencia transalpina, de cuyos ancestros y su paso por estas coordenadas hay mucho que contar, Benvenuto! En román paladino, contamos en nuestras filas con un alemán y un italiano.
Fausto nos ha deleitado con su interés por la micología y con una gran variedad de especies recogidas en distintos montes de la provincia, aprovechando sus andanzas profesionales. Entre otras atrajo mucho la atención este llamativo Cortinarius Sp.(phlegmacinum?) de la foto que este humilde aficionado jamás había visto. Creo recordar que al final no fuimos capaces a identificar su especie y sólo llegamos a lo de otras veces: “a mi parece que es…yo más bien creo que debe ser... pues yo diría… Más suerte tuvo el amo del Lazarillo de Tormes que…” Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla…”
Los estudios llevaron a Kristian a su tierra hace un tiempo y nos dejó un poco huérfanos de sus inestimables aportaciones a las actividades de la asociación pero no nos abandonó del todo, pues seguimos contando con él como socio y en estos días de atrás regresó a León para defender su tesis doctoral en la Universidad de León, por cuyo éxito nos congratulamos. Y como era de esperar nos hizo una visita hace unos días en nuestra sede.
Los que allí a la sazón estábamos nos alegramos de verle y continuamos con él una de nuestras tertulias micológico-meteorológico-político-sociales y de todo un poco… tan habituales en estas tardes de sillón, a falta de setas que identificar.
Volviendo al episodio del jarro de vino del Lazarillo, casualmente, un servidor, había llevado una botella de vino del pueblo, de cosecha y elaboración propias, de dos años se solera, para echar un traguillo y aliviar así levemente nuestras gargantas extenuadas por la susodichas charlas. La botella era de las de “La Casera” de aquéllas con cierre de artilugio metálico y aro de goma para mantener su estanqueidad, que la citada firma sacó al mercado hace varios años para conmemorar su 50 aniversario. Muy prácticas por cierto, pues, en mi pueblo, Quiruelas de Vidriales (Zamora) todo mundo las llevaba a la bodega, vacías por supuesto, y las traía llenas de vino para la comida y cena, de cada día. Era una estampa típica ver al paisano ir a la cueva echando un “bocao” por el camino, navaja en mano con trozo de pan y chorizo, unos cacahuetes, o lo que se pillara, para terminar allí con el trago o tragos de rigor. ¡Qué mejor aperitivo! Por cierto, se solían decir ante escenas como esta: “El que come con navaja, come más que trabaja”.
Para que el vino no se quedara solo en el empeño, también llevé una vela de chorizo, o una corra como hacen y dicen en León, nuevo, de la última matanza, igualmente casero, hecho por mi padre, el Sr. Calixto, y por mí. Este todavía no lo habíamos probado y no sabíamos si estaba bien curado y andaba bien de condimentos, ya que la elaboración de la matanza no es ciencia exacta y sí mucha experiencia.
Vasito a vasito del rosado elemento, que se colaba bien, pues era sano y sin química, como juró y perjuró el portador, y trocito a trocito del derivado porcino, al final la botella quedó transparente y del chorizo sólo parte de uno de los extremos y el “atao” de ese lado (véase foto; botella medio vacía y chorizo en sus últimos estertores. Por distintas circunstancias, alguno de los presentes tuvo que hacer un esfuerzo para echar un trago o hacer un sacrificio para probar el chorizo pero al final se animaron y nos acompañaron. El momento lo merecía. Espero que no les haya hecho daño y que sea para bien.
Kristian gozó del evento y a mi particularmente la circunstancia me satisfizo pues si bien alguna vez decidimos “hacer algo de ejercicio” en la misma sede y levantamos el codo para reducir el volumen de alguna de las botellas que allí nos quedan del acontecimiento de Boñar, para que no se estropee su contenido, esta vez también, cierto es que sin exceso, pasamos un buen rato casi sin proponérnoslo.
Por cierto, por si alguien está haciendo elucubraciones sobre qué pasó con extremo superviviente del chorizo, doy fe de que se lo llevó Kristián con una botella de vino de las que nos quedaban para tomarse una tapita con sus padres que le habían acompañado estos días.
Nuestro amigo Ucio quiso dejar constancia del ágape casual y de este sano rato con la foto ut supra.
¡Habrá que repetirlo!
Rafael Gallego