¿SABIDURIA POPULAR Ó DESCONOCIMIENTO?
A través de los siglos, con el fin de cubrir sus necesidades, las gentes recurrieron al uso de todos aquellos elementos que la Naturaleza les brindaba y que podían tener alguna utilidad en la alimentación, en la fabricación de objetos de uso cotidiano, en el vestido, en el cuidado personal, en la curación de enfermedades……
La preocupación por la salud que, seguramente ha sido una constante desde que el mundo es mundo, movió a nuestros antepasados a la elaboración de los más extraños –desde una perspectiva actual- jarabes, elixires, ungüentos, pócimas ó cataplasmas. En este sentido, el Reino Fungi hizo magníficas aportaciones con algunas de sus especies, resultando de especial importancia el
quasi milagroso
agárico.
Los textos antiguos hacían referencia, según los usos, al agárico blanco, agárico de roble, de encina, de abedul….
Fomitopsis officinalis, Fomes fomentarius, Piptoporus betulinus ó Phellinus igniarius,todos estaban incluidos bajo el nombre genérico de Agárico, al que se atribuían infinitas posibilidades curativas, como infinitas eran las formas en que se administraba a los pacientes. Concienzudamente machacado y reducido a polvo, se aplicaba sobre las heridas de cierta importancia para cortar la hemorragia; solo en infusión ó mezclado con artemisa, jengibre, nuez moscada, anís, ruibarbo, regaliz ó vino, aseguraba la curación de un amplio espectro de enfermedades, si tenemos en cuenta que podía actuar como vermífugo, purgante, reconstituyente, analgésico……..incluso potenciador de la memoria.
Además de sus dudosas propiedades terapéuticas, el agárico macerado en agua con nitrato de potasio -yesca- , resultó ser un excelente combustible.
Sabemos de las fatales consecuencias que tuvo para la población de origen humilde, durante la Edad Media, la alimentación a base de pan de centeno infectado por el hongo
Claviceps purpurea (cornezuelo); sin embargo, este mismo hongo administrado en pequeñas dosis, se utilizó para favorecer las contracciones uterinas.
En el último cuarto del siglo XVIII, el Rey de España Carlos III creó el Colegio de Farmacia y estableció que solamente los boticarios contarían con autorización para vender fármacos; empezaban a sentarse las bases legales que permitieran acabar con todo un ejército de curanderos, sanadores, brujos……que pululaban por el Reino y carecían de la más mínima preparación técnica. Sin embargo, " mal que nos pese", después de que han pasado más de doscientos años, creo que este asunto sigue sin estar del todo resuelto.
A principios del siglo XIX Braconnot aisló por primera vez la
quitina como elemento constitutivo de las setas; actuando sobre las mismas con agua, alcohol ó una solución ácida ó alcalina, descubrió que se disolvían todos sus componentes, a excepción de la quitina, a la que llamó en aquel momento
fungina.
Fue también, entorno a este tiempo, cuando se descubrió la presencia de azúcares en algunas especies de setas y se publicó la fórmula para su obtención: vertiendo sobre alcohol hirviendo el jugo - reducido por efecto del calor hasta una consistencia de jalea- de
Volvariella volvácea y dejándolo evaporar, el azúcar que contiene se presenta en forma de cristales. De la misma forma debe procederse en el caso de otras especies que también contienen azúcares
( Agaricus, Licoperdon, Boletus, Cantarellus e Hidnum).
No sabemos si las virtudes curativas que se atribuían al agárico eran producto de la observación ó de creencias infundadas; en todo caso, resulta sintomático que cuando el trabajo científico toma cuerpo, es precisamente cuando ésta y otras sustancias empiezan a dejar de utilizarse como medicinas.
Hasta entonces, es probable que los efectos de la administración de los elixires, tisanas ó jarabes cuya base era el hongo referido, fueran, sino nocivos, nulos; probablemente los mismos que producía la ingestión de ojos de cangrejo, hígado de lobo, pulmones de zorro, sangre de macho cabrío, espíritu de vino, agua de cal, jarabe de meconio, bálsamo de La Meca, polvo de habas blancas …….ó la aplicación de sinapismos, cataplasmas de leche ó nata sobre una hoja de parra, fomentos de quina, polvo de cantárida, cataplasmas de leche de pechos, chorro escocés……..
En cualquier caso, la fe ha movido, mueve y seguirá moviendo algunas montañas.
Raquel Alvarez