Los rigores del presente estío dan opciones nulas o prácticamente nulas a aventuras micológicas. De ahí que un grupo de discípulos de
San Jorge decidieran probar suerte en el reino animal en lugar del reino fungi intentando capturar unos cangrejillos.
La cosa en principio no revestía grandes dificultades y tras las llamadas de rigor para coordinar la estrategia y avituallamientos, dos salimos a la hora en punto prefijada, 12.00 a.m. de León hacia La Vecilla para recoger a otros dos de los participantes y luego un quinto en Cistierna. No había razones aparentes para pensar que el día se torciese y todo salió a pedir de boca; para los diablillos, ¡claro!.
Al que suscribe se le dijo que no necesitaba llevar nada, aparte de las manos en el bolsillo y lo puesto, por descontado...pues ya picaríamos algo por el camino y herramientas había suficientes. Menos mal que el tercer expedicionario se aprestó a cargar unas viandas para dar cuenta de ellas en el momento oportuno, porque sino...hubiéramos llegado con aquello precisamente... las manos en los bolsillos.
Recogimos al cuarto en discordia a la salida de La Vecilla y seguimos camino pero nada más pasar Boñar saltó la primera alarma ya que el de las viandas se percató de que no habíamos hecho acopio de pan y que se había olvidado una lata de sardinas en casa y también de algo más grave para la circunstancia; ¡tampoco había cogido los reteles!. No hubo más remedio que desandar el camino recorrido porque, como no nos apostáramos a la vera del río e hiciéramos las imprecaciones ad hoc para animar a los cangrejos a que salieran en son de paz y buena voluntad, desconozco otra alternativa de pescar los codiciados crustáceos. Sí es verdad que, entre nosotros, contábamos con buenos medios para dichas preces si bien no llegamos a utilizarlos. Recogidos los reteles y puestos de nuevo los cinturones, hubo que bajar por las sardinas pues se habían vuelto a olvidar.
De regreso para coger los reteles paramos donde Maxi en Boñar para comprar el pan pero ya barruntamos lo peor al observar a una dama que salía de la tienda con un saco harinero de papel y luego se confirmaron nuestras sospechas, pues en el mismo se llevaba las últimas hogazas de pan de Manganeses, por lo que hubo que hacer otra paradina en La Vecilla para adquirir el derivado de cereal.
A eso de las 2.00 p.m. llegamos a Cistierna para recoger al quinto contendiente y entre saludos y un tentempié, que nos vino de perillas, por lo que más adelante contaré, casi nos dieron las 3.00 p.m. para seguir seguir ruta por Almanza y Sahagún hasta Osorno, nuestro “cercano”destino. Ya no recuerdo la hora de llegada, entre las 4.00 y las 5.00 p.m. eso sí, sin ningún otro contratiempo de momento. Nada de ponerse a comer, había que colocar los reteles cuanto antes, cubriríamos los cupos en menos que canta un gallo. Los estómagos podían esperar. Menos mal que habíamos matado el gusanillo con aquel piscolabis con el que nos depararon unos amabilísimos anfitriones en la parada en Cistierna a base de buen embutido y unos caracoles con una salsa de toma pan y moja.
Nos encontramos con la sorpresa de que el camino de bajada al canal lo habían bloqueado con una valla de reciente colocación, así que tuvimos que dejar los coches arriba y bajar todo a pinrel. En la valla no había ningún cartel advirtiendo ni prohibiendo nada, por que lo la bordeamos y seguimos aunque luego vino lo que vino y que luego mencionaré.
Aguas abajo del puente del Canal de Castilla,dejamos colocados los artilugios de pesca con todos los requisitos que exige la reglamentación para que la vigilancia no tuviera motivo de llamarnos la atención. Alguien osó repetir entonces: “en un momento, llegamos al cupo” y añadió dirigiéndose a mi: “¿quieres ver un cangrejo ya?” Acto seguido sacó el retel y mira tú por donde, estaba vacío. Mal presagio.“Ya saldrán, no te preocupes”. Pero el tiempo pasaba y... nada, uno aquí, dos allí, éste no da la talla...Eran las 6.00 y pico de la tarde y cambiamos los reteles más abajo dejando la mermada cosecha de unos 35 ejemplares en recipiente, tipo huevera de alambre, con tapadera, colgada de un arbusto y medio metida en el agua para mejor conservarlos y a esperar a que la diosa fortuna nos agasajara con algunos más.
Por fin decidieron que había llegado la hora de hacer la merienda-comida, casi merienda-cena pues lo único que habíamos ingerido eran unas cervezas con las que amablemente nos obsequió una amable alma caritativa que andaba por allí cumpliendo con su trabajo. Este fue el lado positivo porque el negativo fue otro individuo que nos echó una bronca por no haber respetado la valla y pescar precisamente en aquel punto, donde por cierto nunca había habido ningún incidente en ocasiones anteriores a decir de los veteranos. Casi nos amargó tan esperado ágape.
Llegó la hora de hacer balance de cupos, que casi no llegaron a dos, y entonces, llegó el apoteósico momento. Al tirar de la cesta de los cangrejos metidos a remojo para contarlos con los otros y volver a comprobar la exigua cantidad cosechada, alguien notó que sólo había 3 dentro. ¿Dónde estaban los otros?. Alguien insinuó que alguien los había escondido para bromear. Pensaron que estarían con los demás. En fin, los susodichos no aparecieron. ¿Qué había pasado?. Pues nada, siguiendo los naturales instintos de todo prisionero, habían buscado la forma de evadirse y, por cierto, lo lograron, para su felicidad y para perplejidad de sus captores. Alguien comentó que si alguien había tropezado en la cuerda y esto había provocado el vuelco de la cesta, pero claro, esto es difícil de de terminar y no merece la pena llevar a cabo una investigación policial con ADN, huellas dactilares, etc.
Así que con dos palmos de narices, entre bromas y risas nos replegamos hacia los vehículos con unas tres docenas de animalitos pinzados. Buenas pinzas sí tenían pues, para completar el evento y en venganza, a uno le aplicaron un buen pellizco. Para rematar, una vez cocidos, algunos casi no tenían chicha.
Alguno llevó dos o tres para enseñárselos al nieto pero a él mismo, recordando el día, luego le daba la risa en solitario y el nieto le preguntaba: abuelo, ¿qué te pasa?. ¡Angelico!
En una palabra, un día que resultó memorable para nuestros anales. ¡Otra vez será!
Rafael Gallego Rodríguez