Pues bien, las cestas no eran grandes. No. Eran muy grandes. Grandísimas. Y total para qué. Para sentir otra vez, que se desborda la ausencia… Ya me sale la vena del poeta que uno lleva dentro ( sí ya se que es un plagio) y no os cuento el sucedido.
El sucedido fue que dos compis de la Asociación Micológica Leonesa San Jorge, y que según los mismos había marzuolus para dar y tomar, y para que viéramos lo buenos que eran, nos iban a llevar al sitio, donde ellos llenaron sus cestos, casi como cuévanos ( cesto muy grande y hondo, más ancho por arriba, que se emplea especialmente durante el tiempo de la vendimia)y habían dejado, igual que Pulgarcito en este caso no chinitas, no, si no marcas de pintura, y ramas atravesadas, -esas fueron sus palabras- para localizar la nueva cosecha. Pero a la hora de la verdad, naranjas de la China. A penas una mísera muestra, que por aquello de que una imagen, vale más que mil palabras, se acompaña una fotografía con la crónica que el plumilla tenía que escribir. Porque así se le impuso, por la tiranía que ejercieron nuestros Cicerones. Les espero en el próximo” emarbque”, que seguro que lo habrá.
Hasta otra aventura.
El Presidente.
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