Comienza a disolverse la luz entre unas nubes que amenazan veleidades en una mañana de mudanzas cuando salgo de casa, cacha de espino en mano, al hombro la cámara y mi mente preñada de esperanza.
Es domingo y madrugada. Nadie va a ningún sitio, solo de vez en cuando se ve volver gente titubeante y adormilada.
Hurgo entre mis recuerdos, buscando tempranos aromas de café pero nada responde hoy a mis antiguas mañanas. Cuando llegó a su portal Julián aún no ha bajado de su casa, me he adelantado por culpa de las cafeterías cerradas.
Pronto su voz me saluda sobre el tráiler de castaño que soporta en su mano artríticamente escalonada. Un ¡buenos días! Y rumbo a Riocamba.
Ya en el coche, la conversación fluye mas animada, “… el miércoles, cuando vinieron, casi no vieron nada…”. “ ¡Ah! Pero, ¿ya estuvieron en esta semana?”… “pues eso creo”…
Siendo así, nuevo rumbo. A nadie agrada pisar tierra quemada y acontecemos en los bancales del Cornón de Bobia; cortafuegos arriba aguardan a quienes la enorme cuesta no apaga las ganas de encontrarse algún marzuelo entre la pinaza.
Ya llevamos un trecho culebreando entre brezos que nos bautizaban agazapados a los pies de los pinos silvestres salpicados con escuálidos y desnudos melojos cuyas hojas hoy protegen y alimentan el suelo bajo nuestras botas y el único toque de atención micológica hasta el momento ha sido un ramillete de flamulinas en la base de una genista.
Alguna milla mas adelante y con la esperanza mas diluida fotografío sobre una ramita de pino la oscura y gelatinosa estampa de una Exidia glandulosa. ¡Tanto madrugar para esto!
Sin setas y casi sin esperanza atravesamos la pedregosa brecha que separa la vegetación aislándola en prevención de incendios y nos adentramos en la zona por la que Well y Justi andan.
Un gran perro nos saluda entre asustado y contento, parece un pastor navarro. Es el de Cibrán, dice Cerezal, y yo pienso… bueno mal que encontramos algo…
Saludos y ¡Justi nos los enseña! ¡El ya ha encontrado unos cuantos! Se confirma mi teoría, ¡madrugar en malo!
Voy a buscarlos en serio, les digo, y justo, bajo mi palo, escondido como siempre asoma el lomo brillante y apizarrado del primer Hygrophorus.
Lentamente voy desnudando la abultada silueta de hojas de roble que ocultan su perfil aislándolo de su medio y comprobando la presencia de congéneres próximo. Con la yema de los dedos voy recorriendo todo el borde involuto y sinuoso de su sombrero liberándolo de los obstáculos de puedan herirlo al arrancarlo de su medio.
Es un hermoso ejemplar, tan macizo y terso que no me hace falta amputarlo con la navaja, medio giro y ¡zas!, con resolución y cuidado como quién casca un huevo. Ahora, ya en mi mano, observo las láminas de su himenio anchas, separadas, casi orgullosas. Es un ejemplar adulto y ya no presentan ningún asomo de rubor asalmonado, incluso en una zona del margen algo mas agudo y desenrollado se aprecia el encanecimiento grisáceo propio de la edad.
El pie compacto ancho y recto ya está perdiendo el candoroso blanco inicial y esboza un ligero tatuaje con ornamentación cebrada en zigzag y tono pizarra levemente pruinosa. Con mimo despojo la cubierta de tierra de la base y recompongo el terreno mientras almaceno en mi mente el lugar, la pendiente, la orientación, vegetación y cuantos datos observo sobre el lugar para ubicarlo en próximas visitas.
Y así otro y otro y otro, redundanciando los otros hasta colmar el capazo que lleva Julián pujando toda la mañana.
Después vienen las fotos, los recuerdos, los planes y comentarios sobre nuevas prospecciones tal vez en otros pagos.
A la tarde Julián se encarga de llevarle algunos a Rafa para endulzar malos tragos, con ellos lleva nuestros mejores deseos, ¡Animo chaval, todo pasa!
Jose Angel