A quienes ya tenemos
cierta edad, puede que los cambios, en cuanto a nomenclatura o
clasificación de algunos de los hongos, que los científicos han
llevado a cabo en los últimos tiempos, nos conduzcan a una situación
similar a la que produce una digestión pesada en temporada estival.
No sé si viene a cuento
pero decía Hermann Hesse que en las transformaciones que él mismo
había experimentado pesaba mucho más el dolor que el placer,
máxime sabiendo que no llegaría nunca ese cambio definitivo e
inmutable.
Como muy bien nos
explicaba Julián Cerezal esta tarde de martes carnavalero, la
clasificación de los hongos está en constante movimiento desde que
allá por 1953, Watson y Crick, que solían reunirse en una taberna
de Cambridge, descubrieran la estructura del ADN y con ello el
secreto de la vida.
Micólogos |
Desde Aristóteles, los
prebostes de la Ciencia han ido haciendo aportaciones taxonómicas
de mas o menos envergadura en lo que a hongos se refiere. Linneo,
Fries, Chatton, Watson, Crick o Whitaker son algunos de ellos. Este
último marcó un punto de inflexión al establecer tres dominios en
la clasificación de los seres vivos: Archaea, Bacteria y
Eucarya.
Que lo que conocíamos
como Boletus haya pasado a diversificarse en un montón de
géneros (Caloboletus, Butyriboletus, Hemileccinum, Neoboletus,
Rubroboletus, Suillellus o Lanmaoa) será,
probablemente, sólo cuestión de tiempo. La Ciencia se mueve al
mismo ritmo imparable y vertiginoso que la vida.
Gracias a nuestro
compañero Julián por habernos introducido, con conocimiento de
causa y buen criterio, en este mundo farragoso y nada fácil de
nomenclaturas y taxonomías varias.
Raquel Álvarez.
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